EL MISTERIO DE DIOS QUE SE ESCONDE

Dios no quiso sólo esconderse en una cueva abandonada en un pueblito olvidado, sino que se ha escondido detrás de los pañales, signo de la fragilidad y limitaciones humanas. Cuando los ángeles se le aparecieron a los pastores le dijeron que reconocerían al Niño salvador del mundo porque estaría envuelto en pañales. Es decir, escondido a los ojos de los hombres soberbios, altaneros y apegados a las riquezas de este mundo.

 

Dios se esconde en un Niño. Y el Niño está escondido en Dios. Y el Niño es Dios. Por eso amamos la infancia de Cristo. Porque nos enseña la humildad.

 

Este Niño, que se ha querido quedar entre nosotros a través de su milagrosa imagen, constituye para todos nosotros, una gracia especial sin precedentes. Siempre Dios aparecerá como un niño y siempre el que es como niño aparecerá como un "Dios" escondido.

 

La imagen del Divino Niño Jesús es para la Iglesia un gozo y una gracia. Nos habla siempre de que debemos ser como niños en nuestra actitud interior respecto de Dios y de los hombres. No en el sentido de inmadurez humana, sino de completo olvido de sí y abandono a la confianza sin límites en Dios Padre.

 

Se han constatado por la intercesión de este Niño cuantiosos milagros.

  • Milagros de conversión. Sí digo milagro, ya que nadie se puede convertir sin una intervención especial de Dios, a través de su gracia. Donde hay una verdadera conversión hay una verdadera intervención de Dios.
  • Milagros de consuelos, de esperanzas, de fe, de profunda caridad, de aceptación de los sufrimientos, de perdón al prójimo, etc.
  • Milagros de liberación de tantos males.
  • Milagros de curación física y psíquica.

Siempre interviene Dios en la historia. Intervino en su Pueblo elegido, reiteradas veces, como sabemos por el Antiguo Testamento, con prodigios y portentos. Asimismo intervino en el Nuevo Testamento, en la Persona de Cristo mismo. También intervino a lo largo de 2000 años de cristianismo. Y no es otra cosa que aquellas palabras del mismo Jesús: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo.”

 

Nuestra prueba en este mundo es caminar sin ver. Es la fe. Es creer fuertemente lo dicho por Dios. Creer en Él y a Él. Si lo viéramos ya no podríamos caminar en la fe.

 

Teniendo en cuenta este misterio de la fe, nos preguntamos:

¿Cómo es Jesús? ¿cómo piensa? ¿cómo ama? ¿cómo actúa? Hay muchas facetas y enfoques que se pueden hacer. Yo haré uno. ¿Cómo es Jesús? Jesús es como un Niño.

 

Tiene en sí infinita inocencia: “Como Cordero llevado al matadero... no abría la boca... no se quejaba...”

 

Tiene infinita espontaneidad: “Mi Padre y yo somos uno...” “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”...

 

Posee infinita pureza: “Dejad que los niños vengan a mí...”

 

Es Infinitamente transparente: Ha dicho "todo lo que su Padre le ha dado a conocer..."

 

Infinitamente confiado en sus padres: “Si quieres pasa de mí este cáliz... pero que no se haga mi voluntad sino la Tuya...”

 

Infinitamente lúdico (le gusta jugar): “Por qué me buscabais, no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”

 

Le gusta jugar. Juega a las escondidas, es su juego predilecto. Es un ejercicio del acrecentamiento del amor. Es parte esencial del aumento del amor. Es purificación verdadera y propia de las almas. Terribles ausencias pero encuentros formidables. Ante la ausencia del Esposo, la esposa lo busca... a veces lo encuentra, porque si no lo encontrara nunca se podría enfriar su amor. Cuando está con Él no duda de su presencia, pero rápido se vuelve a esconder...

 

Esto es importante en el noviazgo y en el matrimonio. No pueden estar las 24 horas juntos. Existen las distintas actividades, los trabajos, etc. Tampoco deben estar mucho tiempo ausente, se enfriaría el amor.

 

De manera que el amor aumenta en un equilibrio entre ausencias y presencias. Ausencias aparentes, porque el amado siempre está con la persona amada con su pensamiento y amor. Más aún Jesús, que habita permanentemente en el alma. Pero se esconde y bien lo sabemos todos.

 

Se esconde en un pesebre, detrás de los pañales. En una profunda humillación, en un extraordinario anonadamiento, en un éxtasis de amor se despoja de toda la apariencia divina para estar entre animales, en un establo.

 

Tanto agradó a Jesús este abajamiento, este hacerse pequeño e insignificante por los hombres, que se quiso quedar bajo las apariencias de pan en la Eucaristía. Está allí en las especies más pobres e insignificantes, en la apariencia de pan.

 

Resucitado se esconde de las mujeres y apóstoles en las apariciones: haciéndose confundir con un hortelano o jardinero ante la Magdalena. Cuando ella lo reconoce y quiere abrazar desaparece; haciéndose pasar por el caminante con los discípulos de Emaús; En la playa, en el Mar de Tiberíades, se presenta desconocido, luego se deja reconocer para, finalmente, desaparecer.

 

Siempre ocultó la gloria de su alma y su divinidad. Pero cuando se dejó ver en el Tabor, tanto era el gozo de aquellos que presenciaban el hecho, que quisieron instalarse en el monte. Pero todavía no, aún no hemos llegado a las moradas eternas. Se debe aún trabajar.

 

Se escondió con los discípulos de Emaús:

  • Se hace el encontradizo...
  • Le gusta que le cuenten las cosas... se hace contar todo para que se desahoguen en Él, así lo hizo también con Santa Faustina y otros santos...
  • Arden los corazones y desean que se quede...
  • Al partir el pan lo reconocen y se ausenta...

 

Cuando quiere se deja ver y cuando lo ven desaparece...

Es un Niño fuerte con los fuertes y débil con los débiles. Llora con los que lloran, sufre con los que sufren, padece con los que padecen, se aprisiona con los prisioneros. Cuando lo llaman, enseguida viene. Siempre escucha aunque no siempre puede dar lo que le piden, no porque carezca de poder y bondad, sino por el bien del mismo que lo pide.

 

Le gusta que lo miren y lo amen. Cuando uno lo mira, su inteligencia está puesta en él si es una mirada atenta. De esa contemplación surge el amor verdadero.

 

No mirar sin amar. Aunque sí amar sin mirar. Amar siempre...

 

De manera que Jesús es como un Niño que se esconde. Pero por razones extraordinariamente grandes que no las entenderíamos jamás. Solo en el cielo conoceremos este misterio de aparecer y desaparecer, de hacerse buscar, dejarse encontrar y de esconderse nuevamente. Pasa en todas las almas.

 

Aprieta, aprieta, aprieta, aprieta, aprieta, afloja. Aprieta más y más y más y más y más y floja. Aprieta más de lo que afloja, porque estamos en subida, porque no estamos en el lugar del reposo aún. En realidad nos da agua fresca en el camino del desierto.

 

Mientras aprieta se compadece. Es extraño. No le gusta ver sufrir a nadie. Le complace cuando saben sufrir, que es distinto. Aprieta y llora con el que llora... Porque siempre hay una razón por la cual apretar, una razón mayor, una conveniencia superior. Como la Virgen al pié de la Cruz: ofrecía pero lloraba, se ofrecía más, más lloraba y con ella su Hijo...

 

Pequeña imagen del pequeño Jesús, doblemente pequeño. A través de esta imagen, tan pequeña, elegida por él mismo, se hace presente como Niño, para que aquellos que lo han olvidado lo encuentren. Es un modo de hacerse encontrar. Es una imagen para encontrarse con Él. Por eso, lleva necesariamente a la Eucaristía. Porque cuando uno se encuentra verdaderamente con Dios, desea unirse, desea comulgar con Él. Desea su presencia verdadera, real y sustancial. Es decir, de la imagen a la realidad escondida (Eucaristía) sin dejar la imagen, pero dando prioridad a lo real. Y de la realidad escondida (Eucaristía) a la realidad plena y directa, a la contemplación cara a cara con Dios que se dará en el cielo.

 

No desesperemos cuando parece que Jesús no está. Porque es cuando más está. Parece que no está: entonces está. Porque hace sentir su ausencia. Para hacer sentir su ausencia hay que estar de alguna manera presente...

 

Pidamos al Niño Dios la gracia de aprender a amarlo.  No nos cansemos de buscarlo y llenará nuestras almas. Imitemos a este Niño en su inocencia, espontaneidad, pureza, transparencia, amor y confianza a nuestro Padre y Madre del cielo, y juguemos con Él buscándolo. Supliquémosle a la Santísima Virgen poderlo hallar. La búsqueda es el inicio del amor. Y buscar es amar. Sólo el que ama Busca. Caminamos en la fe. Y la búsqueda finalizará en el cielo, donde estaremos plenamente con Él y sin ausencias.

 

Pbro. Carlos H. Spahn