La pasión de Cristo y el amor a la cruz

[43] Es sumamente importante saber que no hay santo que haya llegado a las cimas de la vida espiritual sin haber meditado frecuentemente la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Es imposible llegar a la unión transformante sin haber abrazado la Cruz que es sello inconfundible del verdadero y auténtico amor en el estado del hombre actual después del pecado original. 

 

[44] Para San Pablo la cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto central de su teología, porque decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el ejemplo más claro es la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde había, de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo, san Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quien confía sólo en el “poder de Dios” (cf. 1 Co 2, 1-5).


La cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad.  Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas palabras: ‘La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. (...) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles’ (1 Co 1, 18-23). San Pablo renunció a su propia vida entregándose totalmente al ministerio de la reconciliación, de la cruz, que es salvación para todos nosotros. Y también nosotros debemos saber hacer esto: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Todos debemos formar nuestra vida según esta verdadera sabiduría: no vivir para

 

nosotros mismos, sino vivir en la fe en el Dios del que todos podemos decir: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

 

[45] Pero es San Luis María G. de Montfort el que mejor expresa este amor a la pasión y a la cruz de nuestro Señor en su “Carta a los Amigos de la Cruz” que todo miembro del Instituto debería leer y meditar íntegramente.