LA ORACIÓN EN EL HUERTO

23 horas. Casi medianoche. Jesús había celebrado la pascua con sus discípulos con un amor que no podía contener: “ardientemente he deseado comer con vosotros esta pascua”. Camina hacia el Huerto atravesando el torrente Cedrón. Un profundo silencio envolvía a todos pero particularmente el corazón de Jesús. Sigue Jesús la subida del monte sin vacilar y con pasos firmes. Deja 8 apóstoles en un lugar y se lleva tres más adentro aún. Luego se retira aún más hacia la soledad y oscuridad de la noche. No sopla viento, se oyen los grillos de fondo. Una profunda angustia invade el alma de Cristo. Cae de rodillas. Se lo ve temblar. Se experimenta solo. Parece que Dios no está. No están tampoco sus amigos que comienzan a dormirse. Sólo uno está despierto pero maquinando su traición y Él bien lo sabe. Tedio, angustia, temor, abandono, desprecio. ¿Dónde está el Padre? ¿Dónde están todos? Jesús comienza a temblar como una hoja mecida por el viento. Afuera está sereno, es dentro de Jesús que se desata la tormenta. Comienza su agonía. Agonía incomparable debido a la naturaleza que tiene; una exquisita sensibilidad como nadie en el mundo la puede tener.

 

Tratemos de ver qué sucede dentro del alma de Jesús. Tratemos de meternos en su corazón Santísimo. Veamos qué es lo que pasaba en el Hijo de Dios. Jesús mismo reveló a varios santos que el Huerto constituyó su mayor sufrimiento, más que la misma cruz. ¿Por qué? Veamos.

 

  1. En esos momentos comenzó a revivir todos los sufrimientos físicos que vendrían. Veía cómo sería traicionado por su amigo Judas. Sentía ya en su carne los empujones, los golpes, las escupidas, la caña que azotó su cabeza, el desprecio, la burla, la injuria. Experimentaba anticipadamente la corona de espinas, cómo esas largas espinas penetraban sus carnes y tocaban los huesos de su cabeza, pero más percibía el odio con que se la clavaban. Los insultos que harían a su madre, las maldiciones que le echaban. Pudo ver y vivir latigazo por latigazo en la flagelación; el odio con que depositaban sus golpes, la carne divina que se abría y la sangre que caía por el suelo y era pisoteada. La cruz que debía llevar y el terrible dolor de su hombro derecho. Las caídas que desfiguraban su rostro, rompían sus labios, pómulos, rodilla. La soga con que era atado taladraban sus carnes. La vestidura que arrancaban sin piedad y los clavos que atravesaban su santo cuerpo. Las horas de agonía solo y abandonado en la cruz, peleando con la naturaleza para poder respirar un poco de oxigeno. Todo esto y más vivió en el Huerto solo, completamente solo y “abandonado” por Dios y los hombres.
  2. Los sufrimientos psíquicos. El saberlo todo de antemano era para el  una tortura psíquica. Lo llevaba al abatimiento total. El demonio le decía: “no podrás con todo esto”, “renuncia a todo”. “Pasa de mí, Señor este Cáliz, decía, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Veía con su entendimiento todos los pecados de la humanidad. Las traiciones de sus amigos, de sus consagrados. Las persecuciones a su Esposa la Iglesia. Los pecados de cada uno de nosotros. Los desprecios. Los pecados de toda la humanidad, del pasado, del presente y del futuro. Los atentados contra la vida, el aborto, la delincuencia, la droga, el sexo desenfrenado, la corrupción de sus predilectos los niños. La condenación de tantas almas que a pesar de su entrega, dolor, muerte, veía cómo caía todo en el vacío.
  3.  Los sufrimientos morales. Las humillaciones morales se agregaban al tormento. Las burlas al Hijo de Dios. Veía cómo lo desnudaban y se reían, desnudo delante de todos los curiosos espectadores. Veía los insultos a su madre, como era común en las crucifixiones. Las frases insolentes como: “pudo salvar a otros que se salve así mismo”; “si eres Hijo de Dios baja de la cruz…”. La misma crucifixión que era símbolo de la maldición para una persona. Si sólo fueran sus enemigos quienes lo traicionaban pero era sus amigos, esto produjo mucho dolor en Jesús; sí sus amigos que lo traicionan, usted, yo, todos.
  4. Los sufrimientos espirituales. Llegamos aquí a lo más terrible. A lo incomprensible. ¿qué es esto Dios mío? Algo que muchos desconocen. Es la tortura más grande de Jesús. Se vio así mismo pecado, sin haberlos tenido. Se vio sucio, estando limpio. Se vio despreciado del Padre. Al haber asumido el pecado de todos sobre sí mismo veía cómo lo veía el Padre. Se sentía rechazado por Él. Él la santidad más grande se vio la miseria más profunda. Y estaba solo, completamente solo y nadie respondía. El Hijo de Dios veía la Santa Ira del Padre que caía sobre Él. Algo así como cuando uno se siente despreciado y abandonado de Dios pero llevado al extremo. Esto era tan fuerte que sudores de sangre corrían de su rostro. La tensión y el dolor rompían los vasos sanguíneos. Pedía ayuda y nadie se la daba, sus amigos dormían. Veía cómo su sangre, que tanto estaba costando para muchos sería causa de burla y la dejarían caer al suelo sin recibirla en su corazón. ¿Para qué todo esto? le decía el demonio; mira a dónde terminará todo; mira cómo te ha abandonado tu Padre; mira tus hermanos, mira, mira, mira… Jesús estuvo al borde de la muerte y ya no podía más.

 

Esto es apenas una idea, un bosquejo de los terribles sufrimientos de Jesús. Sólo la Sma. Virgen supo esto ya antes y seguramente se unía a Él con idénticos tormentos en la soledad de su habitación.

¡Jesús, y yo me quejo de sentirme solo! ¡Y cuántas veces digo ya no puedo! Y sólo vivimos una partecita muy pequeña de ese misterio de dolor. No dejemos de acompañarlo en este misterio porque le produce consuelo. Dice el Evangelio que luego vinieron los ángeles y lo confortaron. ¿Qué le dirían? Le harían ver cuántas almas víctimas y santas obtendrían tanto fruto. Le harían ver las almas elegidas que le producirán consuelo en la historia. Y esto lo llenaba de gozo.

 

 ¡Ave María Purísima!

P. Carlos H. Spahn