CARTA A UN ALMA QUE DESEA A DIOS

Me viene el deseo de escribirte acerca del silencio interior. Todos los santos sen han visto atraídos por este misterioso silencio que envuelve a Dios y permite la transmisión de amor y de dones. En nuestra época se huye del silencio como de la peste. Se trata de buscar ruido y distracciones continuas. Ese silencio les parece eterno, absurdo y sin sentido. Hasta da miedo. Y, entre los buenos cristianos, muchas veces se confunde el silencio interior con la melancolía y el pensamiento encerrado en sí mismo.

 

Los santos buscaban y admitían la soledad pero ¡habitada por Dios!

 

Observemos a la Santísima Virgen en un momento de sagrado silencio. Dice, en efecto, el libro de la Sabiduría (18, 14-16): “Un profundo silencio lo envolvía todo, y en el preciso momento de la medianoche, Tu palabra omnipotente de los cielos, de tu Trono real, cual invencible guerrero, se lanzó en medio de la tierra destinada a la ruina. Llevando por aguda espada tu decreto irrevocable; e irguiéndose, todo lo llenó de muerte, y caminando por la tierra, tocaba el cielo.”

 

Esta profecía se refiere al momento de la Encarnación del Verbo.

“Un profundo silencio lo envolvía todo…” “en el preciso momento de la medianoche” ¿Qué hacía la Santísima Virgen a medianoche? Permanecía envuelta en el sagrado silencio donde anida el amor y la comunicación de Dios al alma. Ese silencio interior fue tan grande y tan extraordinario que Dios no resistió más, se lanzó como un guerrero desde el Trono de Dios para anidar en el corazón y en el seno de criatura tan hermosa. Y era Dios, ya que “…caminando por la tierra, tocaba el cielo” Dios y hombre verdadero. Fue la “Palabra de Dios”, el Verbo, el Hijo de Dios quien fue atraído como la tierra atrae el rayo. ¡Qué silencio! ¡Qué espectáculo contemplan los ángeles! Maravilla de la creación divina. El primer amor del mundo. ¡Qué silencio brotaba de ese corazón enamorado! Vivía envuelta en el misterio de Dios. Jardín cerrado para el mundo y abierto a los designios de Dios.

 

El alma que encuentra como la Santísima Virgen, ese silencio sagrado vive como si no hubiese en este mundo más que Dios y ella, para que no pueda su corazón ser detenido por cosa humana. Por eso, para el santo, este silencio no es fuente de tristeza, de temor o de desaliento; al contrario, él extrae de aquí toda su alegría y su paz. Porque el alma que está unida con Dios, el demonio la teme como al mismo Dios.

 

Hay una enseñanza muy hermosa al respecto, expuesta por San Juan de la Cruz. Habla del alma que debe vivir del silencio sagrado y lo compara con un pájaro muy común en España, llamado el pájaro solitario. Y describe a este pajarito dándole cinco notas que después las aplica al alma. Estas son:

  1. La primera es que este pajarito siempre va a los lugares más altos.
  2. La segunda es que siempre está solo, nunca está en compañía ni siquiera con los mismos de su naturaleza.
  3. La tercera que levanta el pico en el aire como recibiendo la brisa.
  4. La cuarta es que no tiene color (parecido al gorrión) se confunde con la naturaleza.
  5. Y la quinta que canta suavemente.

Así el alma enamorada de Dios debe ser como este pajarito solitario. Es decir:

  1. Elevarse siempre hacia lo más alto, sobrepasando las cosas transitorias de este mundo, sin apego, sin lazos que no le permitan volar.
  2. Debe ser tan amiga de la soledad, y de ese santo silencio interior que no la distraiga compañía ni cosa alguna.
  3. Elevando el alma hacia lo alto en busca de las santas inspiraciones del Espíritu Santo que, como suave brisa, la inunda, la guía y la transforma.
  4. Pasando desapercibida a las cosas del mundo, no llamando la atención de criatura alguna y buscando siempre la voluntad divina.
  5. Ha de cantar suavemente en la contemplación y el amor de su Esposo.

 

¡Cómo mendiga Jesús esos momentos para Él y sólo para Él¡ ¡Cómo quiere estar con su amada! ¡No quitemos las delicias de su corazón! Le dijo Jesús un día a Santa Teresa de Los Andes: “Yo no puedo vivir sin el amor de los hombres”. Hermosa frase pero terrible a la vez. Si Cristo murió es porque no encontró ese amor. Como los hombres no lo amaron murió. Y ahora, buscando consuelo ¿lo dejaremos morir otra vez?

 

Por último, en ese silencio donde Dios se deleita con el alma, aunque el alma no lo advierta debemos recordar una frase que también es de San Juan de la Cruz y dice: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, sólo Dios es digno de él”. ¿Por qué un pensamiento vale más que todo el mundo? Porque un pensamiento es un acto espiritual y todo el mundo es sólo material. Imaginemos lo que significa un pensamiento no cualquiera sino puesto en Dios. Y pensemos más, un pensamiento enamorado o lo que es lo mismo una contemplación amorosa en Dios. ¡Cuántas cosas no sabemos! ¡Cuántas riquezas en ese silencio que Dios pide!

 

Como la Santísima Virgen busquemos ese nido de amor en lo profundo de nuestras almas, donde se celebras las bodas entre Cristo y el alma.

 

¡Ave María Purísima! ¡Dios te bendiga!

 

                                                                  Pbro. Carlos H. Spahn