CARTA A JESÚS

Señor, perdona mi atrevimiento. No puedo callar y ocultarte lo que pienso. Lo que fui descubriendo de Ti. Te he descubierto “débil”. Tú el Dios Fuerte, ahora débil. Con debilidad. Imposible de ocultar.

 

Todo comenzó cuando te vi llorar. Ciertamente que en mi imaginación, como fruto de la lectura de los evangelios. Vi cómo llorabas por tu ciudad Santa y por el Templo. En tu exquisita y delicada sensibilidad de hombre perfecto, te estremecías ante esta realidad. El Templo y tu Ciudad. El Templo, es decir, el templo material y el templo espiritual; la Ciudad, es decir, el pueblo de Israel y tu Iglesia, Nuevo Pueblo.

 

Pero te he visto llorar viendo a Marta y María y tantas almas conmovidas en su interior ante la muerte de Lázaro. ¿Por qué lloraste Jesús? Si Tú sabías que lo ibas a resucitar. No era por Lázaro. Tampoco por los presentes. Era por la mortal miseria de toda la humanidad, consecuencia del pecado. Sí Jesús, no has podido esta vez ocultarlo. Te he visto, no lo puedes negar.

 

He visto tu debilidad. Una debilidad que procede del amor y no del temor. Escuché la infantil excusa que le hacías a Tu Padre y nuestro Padre, cuando pendías de la Cruz. Bien sabías que te escucharía. Pero se te ha ido un poco, te has salido de la órbita humana. Le has dicho: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. ¿No saben? ¿Por qué has dicho esto Jesús? ¿En quién pensabas? Tú sabes bien que Tu Padre lo sabe todo. Por eso le decías “no saben”… porque Tú sabías que Él conocía que sabían lo que hacían. Si no, ¿por qué lo has dicho? Si no sabía que desconocían lo que hacía no se lo hubieras dicho. Ahora ¿por qué dices que no saben?

 

Perdonar es amor, pero excusar es el colmo del amor… excusar ante todas las evidencias… eso es locura de amor. Sabían quién eras y sabían que te estaban humillando y quitando la vida con burlas y sarcasmos. Y éramos todos nosotros. Era yo. ¿Cómo no van a saber quién eras si acabas de resucitar a Lázaro podrido ya en el sepulcro? ¿Cómo no van a saber quién eras si ellos eran especialistas de las Escrituras, Doctores y Maestros? Y las Escrituras te describen en toda su perfección y claridad. ¿Cómo no van a saber quién eras si Tú mismo dijiste ser igual al Padre? Dijiste “YO SOY”; “… antes que Abraham existiera Yo Soy…” Tus palabras fueron confirmadas con milagros ante miles de testigos. Conocías los corazones, las cosas ocultas, caminabas sobre el agua, te transfigurabas, etc. ¿Y dices que no sabían?

 

Jesús, he descubierto tu debilidad. Cuando ves a un pecador haces locuras. No te mantienes en tu sano juicio. Cometes locuras y dices incongruencias… pierdes la cabeza… un infinito impulso brota de tus entrañas sagradas e irrumpes sin pensar… ¡Oh santa locura! ¡Oh santo amor!

 

He descubierto un secreto y lo quiero compartir. Tú no necesitas nuestras fuerzas sino nuestro abandono y confianza en Ti. Esto te basta. ¡Es tan fácil para Ti!

 

Un ángel me ha dicho un secreto que ahora quiero compartir. No te han matado, has muerto de amor... Mueres a cada instante… Al que quiere matarte sin tregua lo persigues. Ellos huyen viendo en Ti un verdugo, pero corres para ungirlo con aceite de misericordia y bálsamo de amor. Lo que ocurre es que no creen en la locura divina. Todo lo ven con la “lucidez y cordura” humanas y no entienden la locura divina. ¡Oh, si se dejaran atrapar por la “Debilidad” misma! ¡”Si supieran de tu debilidad”!

 

P. Carlos H. Spahn