LEYENDO EL DIARIO DE SANTA TERESA DE LOS ANDES

Leyendo el diario de Santa Teresa de los Andes, entendí que en esta vida es importante que el alma se “haga Dios” por la unión. Que no importa el fervor sensible, sí la completa unión con él en la voluntad y en el pensamiento. Que es importante que en esta vida se produzca una unión total. Se glorifica a Dios con esto muchísimo. No se puede hacer en la otra vida. Las benditas virtudes son sumamente necesarias. La abnegación permanente y el espíritu de sacrificio en lo más mínimo. Jesús, en su infinito amor quiere que tengamos sumo cuidado en la realización de nuestras tareas, no teniendo imperfecciones voluntarias en nada, ni en lo más mínimo. Aunque estas cuesten mucho. Quiere el recogimiento continuo, sin el cuál es imposible no caer. Que todo se haga por amor y un profundo espíritu de fe.

 

No importa si en la oración no hay nada de fervor sensible, Él observa con amor y ama mientras uno se mantenga firme en buscar continuamente el recogimiento, la atención y el amor. No importa si uno aparentemente no sacó nada de la oración, basta que Dios sea glorificado.

 

¡Qué misterio la vida! ¡Qué responsabilidad pesa sobre cada uno! Es importante cada respiración, cada segundo, cada pensamiento y afecto.

 

No existe una transformación rápida del alma, a no ser que haya una intervención especial de Dios. Lo ordinario es el progreso en el tiempo. Este tiempo puede ser mayor o menor de acuerdo a la mayor o menor entrega o muerte de sí mismo.

Hay almas que se deciden con todas sus fuerzas pero al poco tiempo caen y se desaniman. Dios no permitiría nunca, en su infinita bondad, que el alma se edifique así misma. Se arruinará del todo, ya que la soberbia es el mayor obstáculo para que Dios obre en el alma.

 

Se requiere, por tanto, suma humildad y juntamente esa entrega generosa. La entrega debe ser ejercitada conjuntamente con las humillaciones aceptadas con amor y buscadas y ejercidas voluntariamente.

 

Se crece más rápidamente con una humillación aceptada, querida, deseada y buscada que con una penitencia voluntaria.

 

Tan importante es la humildad para un alma que el Señor prueba a fin de mantenernos en ese estado. A Santa Teresa de los Andes, Jesús le hablaba al corazón. Pero dos veces le dijo cosas que no se cumplieron. Es la infinita bondad, las travesuras del Esposo del alma. La criatura así nunca pondrá su esperanza y fe en esas palabras de Jesús al alma, sino en el mismo Jesús. No en las palabras que escucha sino en la misma persona de Jesús que murió por ella y ha dejado el camino de la salvación a través de la recepción de los sacramentos, de la práctica de las virtudes cristianas. No en esas palabras sino en la obediencia. No en esas palabras, aunque sí en los efectos que producen en el alma cuando son de Jesús, esto es: una profunda humildad, un amor ardiente, un impuso de entrega y muerte así mismo, deseos de penitencia y oración.

 

Santa Teresa lo dice de esta manera: “N. Señor me habla, pero muchos menos. Y ahora nunca me dice nada que no sea sólo para mi alma, pues una vez le comencé a preguntar muchas cosas que no se relacionaban con mi alma. Entonces me dijo que nunca le preguntara, sino que me contentara con lo que Él me decía. Sólo dos veces me ha dicho cosas que no se han cumplido. Por eso, desconfío sea N. Señor el que me habla. Sin embargo, sus palabras siempre me dejan paz, humildad, arrepentimiento y recogimiento” (Diario Nº 87, carta al P. Antonio María Falgueras).

 

Para amar verdaderamente a Dios y seguir el llamado a la santidad el alma llega a experimentar, muy frecuentemente, una violencia interior muy grande. Un desgarramiento interior por morir a ciertas cosas que lo apartan un poco de Dios. Es importante esta violencia interior, verdadera penitencia. Ya que Jesús mismo dijo en el Evangelio que el Reino de Dios es para los que se hacen violencia: “La Ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino de Dios, y todos se esfuerzan con violencia por entrar en él” (Lc. 16, 16).

 

Pbro. Carlos H. Spahn