DIOS, BELLEZA

Dice San Juan de la Cruz: Un pensamiento vale más que todo el mundo. Precisamente porque es la producción de un acto a imagen y semejanza divina. Un acto espiritual. Las maravillas de la creación, una flor, la más hermosa de todas, por ejemplo, no puede realizar un acto espiritual.

 

Las cosas son bellas pero no son La Belleza. Algunos poseen La Belleza en su interior y así contienen todas las cosas bellas.

Dios pintó una flor inigualable de belleza espiritual. Una gama de combinaciones de virtudes bellas, coloridas, llenas de matices en luces: me refiero al Primer amor del mundo, La Virgen María. Es la obra maestra de Dios. No significa que Dios haya agotado su capacidad de transmitir belleza, sino que esa Creatura ha agotado toda la capacidad que su condición requiere.

 

Son los Dones del Espíritu Santo los que hacen trascender la belleza creada. Los dones van más allá que nuestra propia capacidad. Las virtudes se realizan con la gracia y la colaboración de nuestra voluntad y cuando esta llega a su límite comienza a trabajar el don del Espíritu Santo. En este caso el don de Ciencia que hace ver en todas las cosas un reflejo ínfimo, pero real, de la misma Belleza encarnada.

 

El demonio es la maldad cuasi encarnada. Por tanto la fealdad total. Es "negro". Peor aún, no tiene matices, no tiene brillo. Mejor, es incoloro porque en él no está la Luz. No hay armonía. No hay perspectiva. No hay estética.

 

Se ve en muchas almas, a veces, mucha fuerza de voluntad. No se dejan pintar. Son ellas las que mueven la mano divina hacia donde Él no las quiere llevar. Hay que dejar que Dios pinte el alma. Los jansenistas pensaban que uno pintaba su propia alma. Santo Tomás enseña que no es así. Siempre la gracia precede a la acción del hombre. Por eso que siempre se comienza pidiendo (oración), a Dios su gracia y su acción en el alma. Uno colabora más bien quitando los obstáculos para que el Artista divino pinte su obra. El principal obstáculo es la falta de humildad.

 

Pedir el don de Ciencia y la virtud de la humildad (y el don de Piedad que viene en auxilio de esta virtud) es el camino que a veces Dios pide al alma. Por eso la Sma. Virgen María, en sus frecuentes apariciones siempre pide oración, oración, oración. No ha existido santo sin ella. Nunca es mucho. Pero no debemos convertir las oraciones en una máquina de producción. Es un diálogo. Él quiere hablar. No consiste en sólo la relación de uno hacia Dios, sino que se debe aprender a escuchar la melodía interior, el soplo divino del Espíritu Santo que es quién conduce las almas con paz y armonía interior.

 

Existe una escalera para llegar a Dios. Pero no se trata de una escalera fija sino “mecánica”. Una escalera que sube si uno no camina hacia atrás o se aferra a las cosas. Dejarse arrastrar por el amor divino en el silencio diario, en la manera humilde (que no es pequeñez sino grandeza) de sobrellevar las cosas, en la atención continua a las mociones del Espíritu Santo. La Beata Madre Maravillas de Jesús tiene un libro escrito titulado “Si tú le dejas...”, haciendo alusión a no poner obstáculos a la gracia.

 

La espiritualidad debe ser como aquel libro que escribió Edith Stein llamado: Por el camino del silencio interior... el título lo dice todo. El modo de encontrar la Belleza misma, no perceptible por ningún sentido, pero sí en lo más profundo del alma.

 

Todas las tormentas que se ciernen sobre la vida del hombre son como paja seca en la más grande hoguera cuando existe la humildad. Sólo el humilde descubre la Belleza infinita en un Varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento (Is 53, 3), donde no hay en Él parecer ni hermosura para que le miremos, ni apariencia para que en Él nos complazcamos (Is 53, 2), en un Siervo doliente, con todos sus huesos dislocados (Sal 23, 15), afeado a los ojos del mundo ya que no parecía un hombre sino un gusano, uno ante el cual se oculta el rostro (Sal 22, 7), y, aunque parezca escandaloso, hasta abandonado de Dios (Sal 22, 1).

 

Hay una jaculatoria bíblica muy linda que se puede repetir con frecuencia: Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro.

 

Pbro. Carlos H. Spahn