NAVIDAD

Escribo para consuelo del divino Niño Jesús que va a nacer nuevamente. Escribo para consuelo de la Santísima Virgen su Madre.

 

Triste está la tierra... todo está lleno de muerte y tristeza...

 

La tierra está destinada a la ruina... No hay esperanza... No hay trascendencia... Todo es llanto, angustia, dolor sin sentido. Diversiones, ruidos, cálculos humanos, placeres sin control y sin freno, vida errante y sin rumbo...

 

En el rincón menos pensado del mundo, casi a media noche, una humilde Mujer con su esposo buscan un lugar para quien creó el mundo. Nadie recibe por un día a quién viene a recibirnos eternamente en el cielo. Corazones duros, nada de sensibilidad, nada de discernimiento para advertir que pasa Dios golpeando el corazón. Todos quieren ganar dinero esa noche recibiendo a quién puede pagar. Otra vez se decide por el dinero y no por Dios.

 El lugar encontrado era un desecho humano, símbolo del estado interior en que se encontraba el hombre. Lo que vieron esa mujer y ese hombre, que buscaban albergue, era indescriptible. Era verdaderamente un deshecho humano. Al ver esa cuerva Dios le mostraba a la Reina y Madre de los hombres el estado interior de sus hijos. Terrible angustia, dolor y quebranto produjo a esta santa jovencita, Madre ya de Dios, ver el interior de los hombres reflejado en esa cueva. Y sin embargo, ese Niño, quería nacer allí y alojarse en ese lugar.

 

Había un secreto que nadie sabía, secreto del Padre para su Hijo, sorpresa para la humanidad y admiración para los ángeles. Dios Padre, en su Providencia divina tenía dispuesto un milagro. Esa mujer que parecía tan pequeña y tan frágil, debía, en pocos minutos, realizar una obra jamás pensada e imaginada ni siquiera por los mismos ángeles.

 

María se introdujo en el interior de esa gruta donde había mal olor, inmundicia de los animales que la habitaban, insectos, bichos de todo tipo, un frío intenso que conservaba la misma piedra, frialdad interior, casi más que afuera, sin ventilación alguna. Esta jovencita con sus puras manos comenzó una obra que tal vez Ella misma ni se imaginaba. Comenzó a seleccionar la paja limpia de la sucia. Quitó la inmundicia de bichos y residuos de animales. Prendió un fuego para calentar el interior y esas piedras frías. Hizo con sus propias manos una hermosa cuna, tan hermosa era que el Verbo de Dios no se hizo esperar. Así, ese Niño encontró el lugar más hermoso del mundo, porque lo preparó su Madre con sus manos puras. Mejor que cualquier palacio, el calor del amor materno cobijó al hermoso Niño que ahora era envuelto por los brazos de su Madre. ¡Qué diferencia tan grande! ¡Qué cambio había! De ser el lugar más inmundo a ser el palacio divino, la mansión de Dios.

 

¿Cómo prescindir de la Santísima Madre en la preparación a la Navidad? Si es Ella la que limpia la inmunda gruta de Belén y la transforma en el Palacio del Rey. Es Ella, que con sus puras manos prepara la mejor morada en el peor de los corazones humanos. Ella hace la obra de preparar cuna a su Hijo en las grutas frías de la indiferencia humana. Ella da calor de Madre y vida divina en el corazón de los hombres porque hace acostar a su Niño.

 

Es sumamente importante implorar a la Madre de Dios en la espera de la Navidad, sólo Ella sabe preparar digna morada para su Hijo. Ella nos llevará a un profundo arrepentimiento y a una santa confesión de nuestros pecados. Ella suscitará en nosotros el deseo de unión y de vida divina. Tanto deseo suscitará que con un sólo acto de ese amor nos arrebatará a la unión transformante.

 

Manos maternales que responden al amor inmenso que alberga su Inmaculado Corazón. Todo ese amor maternal es transmitido instante por instante, cuenta por cuenta, cada vez que rezamos el Santo Rosario que es el cordón umbilical que nos une a esa Madre.

 

No dejemos de acudir a la Madre si queremos poseer al Hijo.

 

Ella y Él. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido. Para una santa Navidad una unión más profunda con la Santísima Virgen. Cuanto más nos unamos a Ella más unidos estaremos con ese Niño divino.

                                                                            Pbro. Carlos H. Spahn 

                                                                              ¡Feliz Navidad!