ALMA ABANDONADA

El alma desea ardientemente a su Dios. Lo clama día y noche, sin cesar; es una verdadera obsesión su búsqueda. Pero Él no se deja sentir, no se deja ver, no responde. Pero parece que el alma no busca esto, no le interesa ver, sentir, ser respondido, sino sólo amar. Pero de pronto se encuentra con que no sólo no responde su Dios sino que, él no le sirve como quisiera, es más, le ofende. Ve a su Dios ofendido por él, más que amado. Cómo podrá sostenerse quien ofende lo que ama, si hiere a su propio amante y dice que le ama… ¿Habrá perdido lo que buscaba? ¿Abandonará su camino? Si lo abandona, se pregunta, ¿para buscar qué? Si la razón de su vida es Él. No, seguirá buscando, una y otra vez. Prefiere morir buscando aunque sepa que lo pierde. El buscar es siempre esperanzador.

 

Uno le dijo a esta alma: "¿para qué seguir en su búsqueda? ¿No has advertido que es inútil insistir? ¡Si te amara te ayudaría en tu camino! Te daría fuerza, te haría sentir su amor. Si te amara y te hiciera verdaderamente participar de su cruz para purificarte no dejaría que lo ofendieras así. Si estuviera contento contigo no permitiría que cayeras tan bajo. O, al menos, te levantaría ¿Te ha levantado alguna vez? No te das cuenta que tus sueños de santidad han terminado en meras ilusiones de niño? Además, si te probara, alguna vez, en tu larga vida te habría dado respiro. Si no te da respiro es porque no te ama. ¿Puede uno estirar una cuerda permanentemente sin que esta se corte? Si te amara aflojaría un poco y te daría respiro. ¡Cuántos errores has cometido en tu vida, si te amara lo hubiera Él evitado!".

 

Y como quién lucha entre la vida y la muerte, boqueando en sus últimos intentos por respirar, el alma renueva su búsqueda… ya sin fuerza… ya abatido… pero sigue… ya con mezcla de innumerables infidelidades boquea por no perecer. Un leve quejido sale de sus labios y se escúcha el suzurro: Señor ¡ten piedad! He pecado, he fracazado en mi intento… no me dejes morir…

Nuevamente le dicen: "es inútil, ya lo has experimentado en carne propia. ¿No has leído en todas las vidas de santo, cómo Dios alterna el sufrimiento con el gozo del alma? ¿Por qué podían sufrir tanto los santos? Porque sabían que estaban unidos a Dios y esto les bastaba. Tu sufrimiento es inútil porque no está unido a Dios. ¡Así te paga tu Dios, que te ha pedido tanto sufrimiento! Te recompensa con su desunión, con su alejamiento. De qué te sirvió tanto sufrimiento. No te das cuenta que no te ama. Dios da su gracia a quién ama. Tu no la tienes. Sufres en vano. Has fracasado. Tienes sólo que usar la memoria para advertir tus innumerables infidelidades".

 

El alma se decide por ofrecer todo sin pensar… porque si piensa dará la razón a su mal consejero. Porque los razonamientos son muy lógicos. El alma se decide por creer a ciegas que el amor de Dios es primero, que si él no ama, Dios sí lo ama, aunque no lo advierta.

 

¿Logrará el alma alcanzar sus profundos anhelos: glorificar a Dios en todo durante la vida para glorificarlo eternamente en el cielo? Parece que en la tierra no puede, queda la esperanza del cielo. Pero si esta alma tuviera a alquien que pida por él. Si encontrara compasión y Dios le diera un apoyo… tal vez, no por sus méritos sino por el de otro, encontraría respiro, vida, luz, paz, gozo en el Señor y llevaría la cruz con alegría de saberse amado. Sin descanso ya en nada y dándolo todo, pero con gozo de saberse amado y de amar a Dios. De vivir unido a Él. Sí, esto es sólo lo que esta alma pide: estar unida a Él.

 

El alma rechaza los falsos razonamiento que le vienen en su interior, se va a sentar en la escala del templo, estira la mano pidiendo limosna, tal vez alguien, a la salida del templo, se compadezca y le dé un denario. Alguien se lo da. ¡Un denario para su Señor! Corriendo el alma ingresa al templo y lo deposita como limosna para su Señor. Y piensa: algo tengo en mi haber, mi corazón descansa...

 

Su denario es Jesús que entrega su vida al Padre por él y lo empapa con su Sangre y quién le da ese denario es una Mujer, vestida de sol, con la luna debajo de sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

 

Pbro. Carlos H. Spahn