INHABITACIÓN TRINITARIA

Para consolar a Jesús y sólo para esto, se me ocurre esta vez hablar de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo. Es un poco difícil pero importante.

 

Veamos ante todo algo de la esencia de Dios.

Dios Padre, desde toda la eternidad, sin tiempo alguno y antes de todas las cosas, en su primer y único acto de conocimiento se conoce así mismo. De ese conocimiento de sí procede una Idea en su entendimiento divino, esa idea que procede del conocimiento que se tiene de sí mismo, es Dios también igual al Padre en su substancia y se llama Idea del Padre, o Pensamiento del Padre, o Verbo del Padre, o Concepto divino, o también Hijo de Dios, que es la segunda Persona de la Santísima Trinidad que procede a modo de conocimiento divino. Es decir, el Hijo de Dios procede del Padre por ese primer y único conocimiento que el Padre tiene de sí mismo. Por eso el Hijo es la Imagen del Padre.

 

El Padre contempla al Hijo y el Hijo contempla al Padre y de ese mutuo conocimiento procede de ambos, tanto del Padre como del Hijo, el Amor. Ese Amor, que procede de ambos se llama Espíritu Santo y es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, igual en todo al Padre y al Hijo en su substancia y que es única en las Tres Personas.

 

De esta manera, Dios, desde siempre, sin principio se está conociendo con un conocimiento infinito y se está amando con un amor infinito. Tres Personas que son un solo y único Dios. Se conoce y se ama como jamás llegaremos a imaginar. Dios no necesita de ninguna criatura porque es felicísimo en sí mismo. Si crea es por puro amor pero no por necesidad o interés.

 

Una vez conocido esto veamos qué es la inhabitación, es decir, la presencia de Dios en el alma en gracia.

Decir que Dios está dentro de uno es una cosa acostumbrada a escucharla, pero lamentablemente no siempre bien comprendida. ¡Hay, si tomáramos conciencia de lo que significa esa presencia!!!!. ¡¡Decir esto ya es grandioso!!. ¡Qué alma no se deleita al saber y vivir esto! Es un invento del amor de Dios. Es el regalo más grande que podamos imaginar. Esta presencia ha sido el foco permanente de atención de los santos. Ha sido la delicia de la Santísima Virgen. Los ángeles no salen de su asombro al considerar que nosotros, pobres criaturas contengamos en nuestro pobre vaso de arcilla la inmensidad de Dios.

 

Pero esto no termina aquí. Hay más aún. Dios Padre sigue conociéndose así mismo y sigue engendrando al Hijo y el Hijo y el Padre se siguen conociendo y de ese conocimiento sigue procediendo ese Amor que es el Espíritu Santo. Sí, las Procesiones continúan siempre porque el Padre no deja nunca de conocerse así mismo en el único acto ininterrumpido y eterno, y el Padre y el Hijo nunca cesan de amarse en es único y eterno acto de amor. Y todo esto se está realizando en nosotros permanentemente, dentro de nuestra pobre alma. Dios no puede dejarse de conocer y amar y por esta razón no puede dejar de proceder el Hijo y el Espíritu santo por vía de conocimiento y amor. ¡Qué grande es Dios!!!! ¡No podemos meter una montaña en nuestro interior pero sí Dios se puede meter siendo su inmensidad infinitamente superior a cualquier montaña!. ¡Qué deleite pensar que ese círculo de conocimiento y amor divino se dan dentro nuestro! Pensemos eso y tal vez enloquezcamos o muramos… pero pensémoslo sin miedo… con gran confianza y abandono.

 

Todavía no termina esto aquí, ¡hay más aún, mucho más!!! Estando dentro nuestro, conociéndose y amándose y regocijándose las tres Personas divinas, nos invitan a participar de ese movimiento grandioso e inaudito de conocimiento y amor.

 

Solo podremos entrara en ese movimiento divino si poseemos dos cosas que posee Dios. El mismo conocimiento de Dios y el mismo amor. Son los dos actos para que se puedan dar las Procesiones divinas. Pero ¿cómo tener el mismo conocimiento de Dios y el mismo amor de Dios?. Si vivimos de la fe tenemos participación de su conocimiento y si vivimos de la caridad (en gracia) participamos y tenemos el mismo amor de Dios. 

Ellos, en ese profundo silencio del alma nos invitan a ese conocimiento por la fe y a ese amor por la caridad. Tener fe significa conocer las cosas como Dios las conoce aunque no las podamos comprender y tener caridad es amar con el amor mismo de Dios. Al creer las verdades de fe nos unimos al conocimiento divino y al amar de caridad (si estamos en gracia), amamos con un amor participado de Dios. Entramos en la órbita divina y todo esto en nuestro interior.

 

¡Hay más todavía, y mucho más…!!!! pero si sigo no solamente moriré yo sino que mataré a alguien… Dios es más de lo que podemos saber. ¡Qué sorpresa cuando lo podamos conocer en el cielo!!! Pero, mientras tanto aprovechemos la tierra para hacer de nuestras almas un cielo para Dios.

 

¿Cómo acceder al Seno de la Santísima Trinidad más rápidamente?

El Verbo divino antes de “tocar” el mundo y habitar entre nosotros, se metió en el Corazón de la Virgen y luego en su seno. Es decir, vivió en la presencia de la Virgen, en lo más íntimo de su ser. Luego vio por primera vez con ojos humanos el mundo. ¿No es ese el camino que nos ha trazado el que debemos hacer? Para llegar al Padre, hay que pasar por el Hijo encarnado, para pasar por Éste hay que vivir en el Corazón y en el seno de María Santísima. La presencia de la Virgen nos conduce a la presencia del Padre, pues es la obra de arte por excelencia. No  debemos colocar nunca a la Virgen al lado de Jesús, o al lado del Padre. Ella no compite con Ellos. Hay que colocarla en el Corazón de Jesús o en el “Corazón” del Padre, o en el “Seno” mismo de la Santísima Trinidad. Entonces al estar con Ella estaremos inmerso en Dios. Para subir a la cima por una escalera hay que comenzar por el peldaño más bajo. María Santísima es la creatura más excelente, supera la santidad de todos los ángeles y santos juntos, pero es pura creatura. Cristo es creatura y Dios, simultáneamente. Dios en cuanto Dios no tiene mezcla de cosa creada. Este es el orden para llegar al seno de la Santísima Trinidad.

 

¡Dios tenga misericordia de nosotros y nos conceda la conversión!

 

¡Ave María Purísima!

Pbro. Carlos H. Spahn